martes, 16 de diciembre de 2008

Algunas cosas de mi vida...

Realmente es un lindo comienzo: echar una ojeada hacia uno mismo y tratar de mirarse para adentro y contarles a los demás la visión distorsionada o real de nuestra historia.
Siento ansiedad y un cúmulo inagotable de recuerdos bullen en mi mente y debo tomarme unos minutos para tratar de alcanzar un orden, dentro de lo caótica que puede llegar a ser la biografía de un ser : YO, que vivió intensamente casi medio siglo...
Soy el quinto retoño de una mezcla genética, yo diría temeraria, en la que se aparean cromosomas, aparecen y se escabullen genes de los parentales para generar cinco fenotipos diferentes pero con un común denominador: la infelicidad...un estigma acarreado de por vida.
La mezcla ideal, la raza elegida, arios por excelencia, salvo una bisabuela materna que permanece a través de los tiempos, sumida en el misterio del total anonimato e ignorancia: amante o mujer infiel de un inmigrante alemán?
Nunca lo sabremos, pero fue siempre un interrogante en la vida de mamá, que orgullosa de sus antepasados europeos: el querido abuelo Francesco; la admirada abuela Magdalena Aragón, la de Castilla la Vieja, que muriera al parir su quinto vástago.
El apuesto alemán, padre y madre de mi única abuela conocida: Getrudis Whendeburg, que en alemán suena a melodía y que para mí en castellano, era un atentado hacia el buen gusto, demasiado duro pero quizás el ideal para una mujer que fue clave en mi vida.
Volviendo a mi madre, tuvo el eterno temor a que anduvieran circulando unas gotitas de sangre indígena, infiltradas en una herencia desconocida, quizás a causa de una gran pasión... o por que no, del arrebato de un patrón con su criada criolla.
En fin, las hipótesis pueden se muchas y frondosas...
Por la rama paterna, todos franceses, orgullosos de su origen, pero no por ello exentos de alguna tara...también una historia de seis niños huérfanos a causa de una hemorragia puerperal.
Todos varones que se hicieron hombres (salvo dos), con los solícitos cuidados de una tía, un montón de primos, curas bayoneses y SIEMPRE la presencia de papá, que melancólico relataba en su diario a su amada muerta, los adelantos de cada un de sus hijos y guardaba los rizos dorados de mi padre, el menor, ya que el ultimo bebe murió al cumplir 18 meses por obra de alguna peste desconocida...
Mi abuela Gertrudis tuvo una hermana por parte de ambos progenitores, 2 medias hermanas y un hermano por parte de don Everard, con una esposa legal y de la edad de su hija primogénita.
Una de ellas casada con el mayor de los hermanos de mi padre, y en unas vacaciones de verano se conocieron los que serían mis padres...
Un truncado noviazgo, una despedida de paso por Tucumán, ya que mi padre por sus ansias de partir a Santa Cruz de la Sierra en busca de mejores horizontes económicos, dejaba el país.
Fue evidente el poder de convicción y el amor de mi madre, a los 10 días, estaban unidos en matrimonio y con un futuro incierto ya que de la fortuna de papá, 18 años mayor que mi madre, solo quedaban restos, salvados de la crisis de los 30...
Creo que conviene resumir que en el transcurso de diez años, nacieron cinco críos, el mayor varón, para salvar el apellido y luego tres mujeres, las dos últimas fruto del desarraigo, al abandonar mi madre a mis abuelos maternos, para acompañar a su marido a Buenos Aires.
Fueron diez años de ausencia y nostalgias que se aletargaban un poco con las visitas de los nietos a Tucumán.
De regreso, gracias a un oportuno contrato de trabajo, nos radicamos en Macondo como llamo a mi Tafi Viejo natal, y allí comienza otra historia, la de PARIR COMO DIOS MANDA, en casa con la ayuda de una partera (un anhelo real de mi madre o una suerte de desafío al destino, para repetir o eludir, la doble historia de cinco huérfanos a cargo del viudo doliente?...)
La cuestión fue que en medio de berridos vino al mundo una niña rubicunda, cuyo sexo fue murmullado con temor por la partera, al padre que esperaba fuera de la habitación y que recibiera con una sonrisa a su cuarta niña ...
Era un 20 de abril y en esa jornada otoñal comencé a incursionar por el mundo.
Me llamaron Alicia Leonor, el segundo era nombre de reina según mi madre, cuando trataba de consolarme por el versito cruel de mi hermano, diez años mayor que yo, que disfrutaba fastidiándome con : “ Alicia Leonor: león con olor” ....
Al cumplir los 10 meses de vida, el luto pintó de negro a mi familia y la viuda, mi abuela Gertrudis, llegó con su presencia y algunos bártulos, entre ellos un hermoso reloj de pared que yo heredé de mi madre y que continua marcando inexorablemente el paso del tiempo con una pasmosa precisión....
Mis nombres fueron cambiando de un modo familiar según el correr de los años y las connotaciones que poseían para quienes los creaban y aplicaban con o sin mi beneplácito: Alicia, Neró, Marilú Chichila, Matito, Bumbuna, y el cariñoso Cunchu o Chunchuna, exclusivo de mi padre para mimarme...
A pesar de los apremios económicos, ya que de la fortuna de mi padre solo quedaba el calificativo de Hacendado en un padrón electoral obsoleto, los niños éramos sanos y parecíamos salidos de un cuento de Constancio Vigil : Niñito sé bueno, sé bueno Niñito.
Bajo la mirada vigilante de mi abuela, que se encargaba de marcar con una cruz de un color determinado, las bombachas, medias y camisetas de las cuatro niñas, los deberes escolares se hacían con placer, mientras escuchábamos la telenovela de la siesta.
Todos reunidos en su dormitorio, al que nos convocaba con el tintinear de un enorme frasco con galletas que guardaba con celo en su ropero y que utilizaba cuan experta Pavlov para reunir a sus nietos para realizar las tareas, saboreando las más ricas galletitas que yo haya comido en mi existencia ...
También era la artífice de las celebraciones de Pascuas, con huevos de chocolate escondidos en el jardín que buscábamos afanosos de regreso del oficio religioso, siempre yo relegada y llorosa por el hecho de ser la menor y no tener los recursos suficientes para llenar mis bolsillos con las golosinas, mientras los mayores gozaban ante el desafío…debo confesar que era consolada a escondidas de los demás por mi madre, que me daba los huevitos que me correspondían, por la justicia que siempre deseaba ejercer entre sus hijos...
También guardo imborrables recuerdos de Navidad y de la emoción cuando a escondidas tras las celosías de la ventana del cuarto de la abuela, tratábamos de adivinar, por el crujido del papel de envolver qué regalo recibiría cada uno, ya que “Vade retro Satanás”, en casa no se mentía y no había ni Niño Dios; ni Santa Claus, ni Reyes Magos ni repollos de donde surgían los bebés, ni aves zancudas que los transportaban.
Todo era racional y explicado con cuidado para no incurrir en lo que mi madre consideraba verdaderos bodrios en la crianza de otros hijos de familias conocidas
La equidad no era el fuerte de mi abuela y sufrí mucho por su marcada preferencia por la penúltima de las niñas y también por el único nieto. Me sentí en la gloria cuando mi hermana ya casi adolescente, comenzó a ralear la compañía de mi abuela para visitar a su amiga alemana, entretenimiento que consistía en escuchar durante más de una hora una lengua de la que no reconocíamos ni un vocablo, mientras saboreábamos una porción de una exquisita torta germana cuya receta era mantenida en secreto aun ante los reiterados pedidos de mi abuela ...fue un corto lapso del que disfruté de paseos a “la ciudad”, con beber té con masitas en “el Buen Gusto” por entonces en la calle 9 de Julio, en fin con una serie de prerrogativas propias de la nieta menor...
La magia duró solamente diez años y mi vida cambió abruptamente, cuando mi madre me estrechó en un abrazo y me dijo quedamente: la abuelita se fue al cielo.
Sentí correr un escalofrío por la espalda y quedé paralizada por el miedo.
Era la primera vez que la muerte me arrebataba, no solamente a un ser amado, sino a mi infancia…
En un minuto aquella niña se transformó en mujer y aprendí a no llorar imitando a la fortaleza de mi madre, tan elogiada por los que la conocieron.
Afortunadamente, después de muchos años, recuperé el, poder de catarsis de mi llanto y ya no siento vergüenza cuando mis lágrimas riegan mi rostro y me ayudan a sacar el dolor de mi corazón de adulto.

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